viernes, 22 de febrero de 2013

Escribiendo cine: La ola, Dennis Gansel.


Basada en el libro del americano Morton Rhue (que posteriormente adaptó el pseudónimo de Todd Strasser) que, a su vez, partía del hecho real acontecido en un Instituto de Palo Alto, California, en 1967 y que fue adaptada como mediometraje para la televisión en 1981, con Bruce Davison en el papel protagonista; Dennis Gansel articula una obra dirigida al público juvenil en la que avisa de los peligros de un fascismo que siempre ha estado dormido pero que nunca ha sido una idea en peligro de extinción. 


Y es que la película nos avisa muy seriamente de que, dentro de cada ser humano, hay un fascista escondido. Un extremista que desea ser parte de un grupo. Un grupo del que emanan una serie de conciencias que nos inculcan una disciplina que deriva hacia la seguridad de que somos piezas imprescindibles de un engranaje que, sin nosotros, es incapaz de funcionar. Juventudes desorientadas, fácilmente influenciables aunque no exentas de sentido crítico, son capaces de afirmar sin rubor de que sí, que el nazismo era un rollo y que eso no se puede volver a dar, simplemente, porque la mentalidad del desarrollo y la conciencia de la historia hace que estén por encima de esa forma de autocracia. El profesor, convencido de que un régimen totalitario puede reimplantarse en cualquier país del mundo, comienza a establecer unas reglas que marginan a quien no las acate, que empiezan a ser parte importante de la actitud vital de unos alumnos que se entregan ante una época en la que tienen que tomar una serie de decisiones y no les apetece tomar ninguna. Y cuando hay un grupo al que le importas, una colectividad que es capaz de acogerte y de darte una seguridad de la que careces a esas edades, entonces es mucho más fácil tomar decisiones…porque las decisiones son propias de la misma colectividad. Desgraciadamente, el ser humano aún no ha evolucionado lo suficiente como para saber que los derechos del individuo siempre estarán por encima que los derechos de una colectividad. Aunque, tal vez, el confundido sea yo. 
La inteligente parábola que plantea la historia de Rhue (con la diferencia de que en la novela plantea la trama en Estados Unidos en una especie de ajuste de cuentas con la historia y la película lo hace en Alemania intentando superar los traumas escondidos del pasado…e historia y pasado no son lo mismo) nos lleva a pensar que en todos y cada uno de nosotros hay un racista que, alguna vez, ha hecho una afirmación denigrante de alguien de otra raza; o que hay un integrista que desprecia a todo aquel que no sigue la reglas comúnmente aceptadas; o que hay un individuo marginal que lo que más desea en el mundo es ser aceptado y que, cuando eso ocurre, no hay nada que pueda importar más que esa aceptación. Y entonces es cuando nos adentramos en el camino del miedo, en el fantasma de la cruz gamada (idea de movimiento, al igual que una ola que sostiene a todos los que la siguen y se sitúan en la cresta), en el arrastre hacia una locura de la que no somos conscientes y el terror se va convirtiendo en la protección que hace que el grupo siga adelante, en el escudo que destroza y arrolla lo que salga al paso. La violencia es la respuesta y no tiene por qué ser una violencia física, sino que puede ser la más cruel de todas las violencias morales. 

En cuanto a la película en sí, no cabe duda de que Dennis Gansel comete algunos errores (la introducción del personaje del turco que queda sin explorar, el partido de waterpolo presentado como caldo de cultivo en donde crecen las violencias latentes, o la elección del protagonista, Jürgen Vogel y su dibujo de profesor que, por ende, es ex okupa, rebelde, socialista convencido y que exhibe en la puerta de su buzón de correos una llamativa pegatina en contra de George Bush, que lleva el experimento de la realidad hasta más allá de lo permisible) algunos de ellos, de una ingenuidad increíble para un director que ya está bastante trillado en el oficio pero, sin embargo, la película no deja de tener varios puntos de interés para todos aquellos que se preguntan cómo un país se dejó arrastrar por unos cuántos fanáticos y convirtió en fanáticos a todos, porque o estaban con ellos o estaban contra ellos. A pesar de ello, Gansel intenta impactar con el final y lo que consigue es quedarse más corto que las letras que Rhue imprimió en la novela, tal vez para no herir ciertas sensibilidades. 
El ejercicio de la crítica muchas veces también es un ejercicio de fascismo disfrazado. Muchos críticos quieren imponer corrientes de opinión para ser secundados por una orden disfrazada de razón. Y, si quitamos la estridente música a este experimento en el terror, algunos nos damos cuenta de que el precio de la libertad tal vez sea la diversidad de opiniones y el desorden rodeado de desidia. Y es que todos queremos ser libres…pero también nos llega a fastidiar muchísimo la libertad del de al lado. Es como para tener miedo. Es como para integrarse en el terror.

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