viernes, 11 de enero de 2013

Escribiendo cine: Nuestro hombre en La Habana,Carol Reed .


Basada en la novela del mismo nombre de Graham Greene publicada por Alianza.
 
El plano de una aspiradora parece el diseño de una nueva arma secreta. Servicios secretos no muy inteligentes. Se recluta a un simple vendedor para que construya una red de espionaje en torno a Cuba. Un país al borde de la disidencia. Pero no todos quieren ser parte del juego. El vendedor es un manso, un tipo con alma pero sin ánimo al que sólo le importa la felicidad de su hija. Y la conspiración se mueve a su lado, entre amigos, entre colegas, entre amistades fingidas y persecuciones de felicidad. Es una comedia que hace reír por no llorar.
Todo hombre tiene dentro un hombre. No, no es un fallo. Es la verdad. Cuando las copas están a punto de rebosar, resulta que sale de dentro un orgullo y una estima que parecían adormiladas en algún lugar de la nada que también es el interior de todos. Esas fieras despiertan y entonces es difícil de sujetar la ira y la violencia. Matar no es fácil.
Lo que es fácil es matar sacando al asesino que late en los rincones de nuestras vísceras.
Por el camino, siempre hay espionajes de construcción de adobe y paja, relaciones con equívocos oficiales que no se sabe de qué pie cojean, comodidades destruidas por unos tiempos turbulentos y una secretaria que parece oler el juego que se urde sólo por dinero. Nuestro hombre en La Habana es un fraude, pero eso es algo que sólo sabe él.
Detrás de la cámara, hay un hombre con nombre de mujer que siempre supo hacer de las ciudades un personaje más. Carol Reed sabe quemar el metal de la cámara al sol caliente del Caribe y dibujar una ciudad que parece anestesiada con habitantes entumecidos por la bota de hierro que les oprime. La gente se mueve con cierta alegría, las cantinas habaneras sirven sus licores y sus tertulias, los trajes blancos parecen marionetas manejadas con los hilos de los rayos del sol, hasta la música parece flotar en el aire. La apariencia de felicidad para tapar la certeza de la desgracia. Y la desgracia está creciendo tanto que todo hay que cambiarlo para todo siga igual.
Alec Guinness da una lección de versatilidad con muchos registros en una sola película.
Él es manso, es cobarde, es listo, es infantil, es concienzudo, es corto de miras, es largo de amistades, es mirada de deseo, es rincón de mentira, es el día que descansa sobre la isla, es la noche que se cierne escupiendo fuego para matar, es sospecha, es víctima, es estupidez, es falsa profesionalidad, es mucho actor continuamente en pantalla. De una aspiradora saca oro y de una interpretación, tal cantidad de matices que apenas caben en unas pocas líneas. A su lado, Maureen O´Hara, ya al borde de la decadencia, mensajera de ese personaje ladino y vehemente hasta la exasperación que es Noel Coward, gran dramaturgo reciclado en actor que quiere ser el titiritero mayor y no es más que el ridículo dandy que huele a colonia inglesa y que tanto repugnaba al creador de la novela, Graham Greene, que retrató a la decepción por la pérdida de los paraísos con esta historia, mitad comedia, mitad tragedia, en la que todo ocurre alrededor de un hombre que nunca quiso ser espía, sino vendedor de aspiradoras.
 

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