viernes, 28 de diciembre de 2012

Escribiendo cine: Los duelistas, RIdley Scott.


Basada en la obra del mismo título de Joseph Conrad.
 
 
Una ofensa jamás lavada. Una espada sedienta de sangre. Un galopar de furia hacia la muerte. Una bala que se desvía en el rocío del amanecer. Un imposible juego de búsqueda y encuentro en lo que queda como deuda de honor, terrible castigo para quien no puede vivir sin cuentas pendientes. La mirada en el hielo cuando el final se cierne por culpa del impasible y tenaz frío. No hay lugar ya donde posar los ojos porque el romanticismo pasó y la época de la ofensa sólo es una reseña en un libro de historia. Una piel que desearíamos acariciar a pesar de la lisis que nos hiere en el alma. Una resurrección que es tan sólo el fugaz capricho de un general con ansias de Europa…
Los duelistas es una película dirigida por Ridley Scott en la que puso en juego un estilo en el que sobrevolaba el refinamiento rojo de la sangre sobre el verde de los campos de batalla. Con un estilo cercano al manierismo pero sin caer nunca en lo aburrido, Scott construyó con éste su primer largometraje, una obra maestra sin aristas, tan pulida como el filo de una espada rasgando el aire en busca de la carne que ser hincada. Su película es pura fineza combinada con el siniestro rastro de una venganza nunca concluida.
Luego, ya vendrían otros tiempos pero aquí, cuando medio mundo suspiraba por un cine de estética decididamente feísta (que él no deja de recuperar en su última película estrenada, una buena película en la que faltan algunos elementos de sabiduría), un cineasta que nadie conocía apostó y arriesgó por una historia que habla sobre el honor, sobre el odio encebado, sobre la capacidad de amar y la incapacidad de apreciar, sobre el día que siempre mira hacia delante y la noche que no deja de ser el reposo del detrás.
El trampolín fue perfecto. Además de arrancar rigurosas interpretaciones a Keith Carradine y, sobre todo, a Harvey Keitel (una de las especialidades de su cine es la de, precisamente, saber extraer lo mejor de sus intérpretes), Scott pone en juego una dirección medida, exacta, un ataque de granaderos en campo abierto con precisión de redoble. Nunca adaptar a Joseph Conrad fue un trabajo fácil (que se lo digan al éxito de Francis Ford Coppola en Apocalypse now o al fiasco de Richard Brooks en Lord Jim) y, en esta ocasión, Ridley Scott, con sobrias pinceladas apenas sugeridas, consigue que mantengamos en el recuerdo un duelo que nunca debió de existir. Tal vez porque el aire no merece ser rasgado con la fuerza de las espadas rechinando en el pasar por el vacío que nos rodea.
Así que manténganse a la expectativa, no guarden mucho las ofensas de las que puedan ser objeto, dejen que la historia pase y nos sea contada más que vivida. Los hombres de verdad se baten en duelo con la misma vida de la que, a menudo, huimos…
 

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