martes, 5 de junio de 2012

La visión del cineasta: Men In Black 3 , el mejor salto (literalmente) en el tiempo de la historia.


Tengo que reconocer una cosa, sí, tengo que reconocerlo: cada vez que la acción se desarrollaba en los cuarteles de los hombres de negro mi atención se centraba en los personajes de fondo. ¿Y por qué en los personajes de fondo y no en el fondo de los personajes? Lo explico después de estas quinientas sesenta y dos palabras dedicadas a la película: partimos de que es el guión con más cuerpo narrativo de la trilogía, ¿pero es eso lo que busco en una película de los hombres de negro? Sí y no. Sí, porque siempre agradezco una trama lo suficientemente ordenada y medianamente esclava de su resolución. Y no, si la trama somete a la diversión en el más puro sentido de la palabra. Porque, y no nos engañemos, La saga se inicio bajo el sinónimo de diversión. El primer Men in Black me aportó una trama vibrante, divertida, con muchas concesiones a la galería: el vehículo perfecto para visionarla con un menú gigante entre las manos. En cambió, el segundo Men in Black apartó la trama para dejar hueco a más diversión... y me defraudó, simple y llanamente porque hay una fina línea que separa lo ingenioso de lo esperpéntico. Está claro que la idea de esta tercera era no cometer los mismos errores de la segunda, acercándose más al espíritu de la primera, y lo consigue pero (no deberían de existir los peros), aún está lejos de muchos de los parámetros que me marcaron de la original, por ejemplo: los gags: hay momentos en los que el guionista (Etan cohen, autor del libreto de Tropic Thunder) construye una magnífica base para ese gran instante que esperas te explote en la cara y te haga soltar una carcajada, pero (nuevamente pero) en la mayoría de las ocasiones el instante se termina desinflando y apenas consigue sacarme una simple y desilusionante sonrisa (excluyo el momentazo Warhol en plan, ojo spoiler: "por dios sácame de aquí que no aguanto mas el sitar"); el villano, siempre representativo en cada una de las partes, maligno/a, vicioso/a, codicioso/a e impulsor/a de la trama, pero (y otro pero más, a este paso más que la visión del director esto va a parecer el sombrero de Carmen Miranda) su escaso nivel de complejidad hace que nunca esté a la altura del Edgar, icónico, de la primera o de Serleena, la villana de la segunda; el espíritu buddy movie: curiosamente en MIB 3 los roles se dan la vuelta y J (un desganado Will Smith) se nos presenta, sin que sea la intención del guionista, como el veterano cansado, mientras que K (un chispeante, enérgico y convincente Josh Brolin) se convierte en el alma de la película gracias a la acertadísima (buen tanto para Cohen) reconfiguración del personaje; el tercer compañero: en la primera Linda Fiorentino (Dios, cómo la añoré en la segunda) me divirtió de sobremanera gracias a su imposible química con Will Smith, en la segunda, Rosario Dawson me dejo indiferente, aunque intentaba no molestar y al menos lo conseguía, en la tercera Etan Cohen nos presenta a un personaje tan divertido como irritante, tan odioso como entrañable, una criatura que maneja todas y cada una de las probabilidades que ofrece el futuro, algo así como el Predictor del efecto mariposa, un gran engranaje para un guión que me convenció sin llegarme a divertir, cosa que es tan mala como buena, cosa que convierte a MIB 3 en lo que es. 


 Bueno, después de contar lo que me ha parecido la película en líneas generales continúo con el asunto de los personajes de fondo: hay un hombre, y todo nombre, que me empujó la primera, la segunda y la tercera vez al cine para ver a los men in black, ese hombre es un creador de seres imposibles, un genio sencillo, alguien que a los sesenta y dos años disfruta como un niño rodeado de sus juguetes, injustamente ganador de siete Oscars (merece más de diez) y responsable de que los alienígenas que se paseen por la saga, su nombre es Rick Baker y sí, el me hizo disfrutar de cada fotograma donde aparecía cualquiera de sus creaciones, empezando por Boris, el animal (el villano de la función) y terminando por Spiky Bulba, ese pequeño crustáceo con cara asustada que sostiene (para envidia de un servidor que quiere uno para la vitrina de su casa) Tommy Lee Jones en el restaurante de sushi. Hay películas que quedan lejos de mi ideal de favoritas, pero gente como Rick Baker se encargan con sus detalles de que mi memoria las almacene en un buen rincón.

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