viernes, 20 de abril de 2012

Escribiendo cine: El beso mortal, Robert Aldrich.


EL BESO MORTAL
Basada en la novela de Mickey Spillane "Kiss me deadly"
La carretera parece no dejar de engullir los lenguas de pintura que dividen los carriles. De su garganta brota, de repente, una mujer vestida solo con una gabardina y susurra unas palabras enigmáticas para el incauto aunque duro personaje que la ha recogido: “Recuérdame”, palabra de verso de Christina Rosetti y acertijo que Mike Hammer, detective privado que se ocupa de desentrañar basuras y de moverse entre gente de mal, tendrá que resolver.
Mientras el tipo busca el beso mortal que le lleve a la respuesta de fuego e ira que encierra una caja de Pandora sin remitente, habrá toda una serie de fieras que pueblan la selva de asfalto en la que se mueve Hammer, encarnado por un soberbio e implacable Ralph Meeker. Todos le preguntarán a él y la respuesta para todos será el silencio por la sencilla razón de que Hammer no sabe nada. Pero es hombre de pocas palabras y de puños ligeros y eso es de dominio público así que habrá que apretarle un poco las tuercas al sabueso ese, no sea que se las quiera dar de listillo. Hay mucho en juego. Una guerra fría para calentar, por ejemplo.
La pesadilla también viene envuelta en un perfume de mujer. Hammer tiene todas las respuestas en su secretaria, bellísima y encantadora Velda, pero no es un tipo que se ate fácilmente a los deseos de las mujeres. Él prefiere seguir con sus apuestas y saborear la boca de lo prohibido, sacando unos dólares de allí y de allá sin hacer siempre negocios limpios y reservar un sitio privilegiado para su muy particular ética y todo eso, tal vez, no fuera posible con una mujer vigilándole los pasos.
El beso mortal, mientras tanto, aguarda por unos labios en los que posarse para que la furia sea castigo y la curiosidad, un delito. Y en esa espera, habrá amigos de Hammer que serán presa de los tubos de escape, testigos incómodos que se van a perder en la oscuridad de una noche que parece la residencia permanente del investigador privado, equívocas personalidades que sufren por grabaciones históricas destruidas. Ópera de la maldad en escenario de odio. Cine negro, sí, pero con qué alcance.
Robert Aldrich dirigió esta película con los mimbres de un desencanto que parecía instalarse en el ambiente de aquellos años en los que todo el mundo era un espía y la amenaza nuclear se cernía sobre cualquier casa. Hábilmente truculento, el director apostó por una serie B para hacer el más certero retrato que el cine ha hecho nunca sobre el mítico detective creado por la pluma de Mickey Spillane. Y lo que le salió fue algo maestro, algo de muerte, algo de violencia, algo de horror, algo negro y algo excepcional. Razones más que suficientes como para ser testigos de una película que no se esconde en los cruces del argumento para avisar de un peligro que parecía instalarse en el día a día de cualquier ciudadano. Claro que el beso mortal no junta los labios para chasquear el sonido del amor. El beso mortal muerde. Y es un mordisco de tal fuerza que nunca se puede olvidar.

César Bardés

No hay comentarios:

Publicar un comentario