viernes, 9 de marzo de 2012

Escribiendo cine: El tercer hombre (1948), Carol Reed



EL TERCER HOMBRE

Basada en la novela “El tercer hombre” de Graham Greene.

Una media sonrisa iluminada por la luz de una ventana traidora, un gato con querencia a unos zapatos con cordones y la certeza de que, en medio de la cloaca de una vida, es mejor que el disparo que acabe contigo provenga de la mano de un amigo.
En medio de toda esta fascinante premisa, ese amigo que puede ser tu hermano, cae rendido ante una mujer que, de puro negro, pasa de largo. Al fin y al cabo, encontrar al tercer hombre puede ser tan difícil como hacer que una noria gire con la amenaza en el aire. Los dedos como gusanos respiran el aire exterior a través de una rejilla, la sombra que corre es la que permanece y esfumarse en medio de los adoquines empapados puede ser tan sencillo como dejarse una puerta abierta.
El dilema de la traición tiene el precio de amar y la justicia en contra del sentimiento adulterado. El mismo que hace que se olvide a una mujer con la misma facilidad con la que se golpea rítmica y burlonamente una melodía en el cristal mientras la cítara desgrana las juguetonas corcheas. Una media sonrisa…Una media sonrisa al ver de nuevo al amigo que lo hubiera dado todo por ti excepto la integridad de ser un hombre al borde de la ruina y que aún confía en cosas trasnochadas como el amor, la pasión, la justicia, la amistad…Harry…la amistad…
Y por debajo de la ciudad ocupada, las alcantarillas sitiadas. Túneles sin fin, ecos acuciantes, el agua en virtuosa cascada cuando lo que hay es la pura nada. Catacumbas de la turbiedad, corredores de entradas en obturador, ladrillos desnudos y testigos de la caza que, por momentos, son almohadillas donde se incrustan las balas perdidas de quien corre hacia la prisión de los sentimientos custodiados por la ambición. La tiniebla donde las voces, ladridos de jauría, acosan a la presa y que se convierten en una espera a plena luz donde el premio, el único premio, es la soledad.
La húmeda oscuridad de Viena parece desplegar un permanente abrazo del que no se puede escapar. La farsa de pasar por un gran escritor es pura fachada en una ciudad donde las cariátides son las arrugas que se han formado durante la miseria que siempre sigue a una guerra. Hoy, el cine se esconde y trata de ser pasos de soledad en una ciudad donde habita la penumbra. A ello contribuyeron las palabras de Graham Greene, la visión angulada de Carol Reed (aunque cuenta la leyenda que Welles dirigió todas las secuencias en las que él intervino), la profesionalidad de Joseph Cotten al encarnar a un héroe que parece un jinete solitario en el desierto, la belleza turbia y dolorida de Alida Valli y, sobre todo, la enigmática personalidad de un tipo que se bebió el arte a través del embudo de una cámara como Orson Welles, genio, asesino del desaliento, artista, el todo que fue nada.
Contar los hombres que transportaron a un cadáver es la muerte para el que habla en una calle donde hasta un niño puede acusarte de asesinato. Mundo inseguro. Sensaciones inciertas. Trémulas decisiones…Pero… ¿quién mató a Harry?...Dímelo tú, Holly…

César Bardés

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